Por Yunior García Ginarte
María, la cosedora, amaneció contenta. A penas inicio la jornada estaba feliz; lo pude notar desde que llegué al taller de reparación calzado y bolsos en Bayamo.
Su rostro de ama de casa-trabajadora mostraba satisfacción. Hizo todos sus enceres domésticos del fin de semana: lavó, fregó, limpió la casa así comentó satisfecha en su puesto de labor.
Atendía al primer cliente con largas secuencias de chismes laborales. Luego seguía cosiendo el mal trecho maletín; mientras en la sala de espera alguien avizora:
- Se demora; tal parece que no le importa la cola.
Recibe llamadas telefónicas, da charlas con la recepcionista, repara la máquina, vacila; se quita los espejuelos… y la cola impaciente.
Seguí remendando el tercer bolso, el cuarto, el quinto no paraba, con su hartura de paciencia seguía dando al pedal con zapatos blancos nuevos y overroll reciclado. El cabello adornado con lentejuelas verdes, ¿estaba de fiesta?
La percibí incómoda ante la advertencia de un precavido que no quería correr la suerte del día de anterior cuando se le partió la aguja a la máquina y no había otra para reponer. Sin embargo le comentó ayer te busque y te fuiste como un ciclón.
También es preocupada. Ahora quiere atender primero al turista español, pues él tiene preferencia, pues ya lo atendió el zapatero. Vaya formula empresarial cubana que el visitante no entendió.
Después de una hora de espera estoy frente a la maquina y su operadora. Antes he tenido que escuchar que quiere irse ante de las cuatro para acumular agua pues hoy le toca a su barrio y exclama estoy cansada de eso… y mucho más… de los clientes que se quejan, de los que llegan a las 5 de la tarde.
Le entregó la mochila recién comprada y deshecha de mi hijo. Mire quiero le reponga esta pieza. Me tuerce los ojos y me pone la gorra que lleve para parcho. Se ríe y me requiere por invadir su trabajo.
De salida me cobra por el servicio 5 pesos. Feliz doy una propina a María. Ante su asombro le respondo:
- Son para usted, hoy se los merece. Usted sola remendando bolsos y carteras; es la única que trabaja en este taller pues no había de pegamentos, ni suelas, ni buenas caras, ni buenos tratos solo las costuras de María.
La foto inicial se reproduce solo con propósitos periodísticos.
María, la cosedora, amaneció contenta. A penas inicio la jornada estaba feliz; lo pude notar desde que llegué al taller de reparación calzado y bolsos en Bayamo.
Su rostro de ama de casa-trabajadora mostraba satisfacción. Hizo todos sus enceres domésticos del fin de semana: lavó, fregó, limpió la casa así comentó satisfecha en su puesto de labor.
Atendía al primer cliente con largas secuencias de chismes laborales. Luego seguía cosiendo el mal trecho maletín; mientras en la sala de espera alguien avizora:
- Se demora; tal parece que no le importa la cola.
Recibe llamadas telefónicas, da charlas con la recepcionista, repara la máquina, vacila; se quita los espejuelos… y la cola impaciente.
Seguí remendando el tercer bolso, el cuarto, el quinto no paraba, con su hartura de paciencia seguía dando al pedal con zapatos blancos nuevos y overroll reciclado. El cabello adornado con lentejuelas verdes, ¿estaba de fiesta?
La percibí incómoda ante la advertencia de un precavido que no quería correr la suerte del día de anterior cuando se le partió la aguja a la máquina y no había otra para reponer. Sin embargo le comentó ayer te busque y te fuiste como un ciclón.
También es preocupada. Ahora quiere atender primero al turista español, pues él tiene preferencia, pues ya lo atendió el zapatero. Vaya formula empresarial cubana que el visitante no entendió.
Después de una hora de espera estoy frente a la maquina y su operadora. Antes he tenido que escuchar que quiere irse ante de las cuatro para acumular agua pues hoy le toca a su barrio y exclama estoy cansada de eso… y mucho más… de los clientes que se quejan, de los que llegan a las 5 de la tarde.
Le entregó la mochila recién comprada y deshecha de mi hijo. Mire quiero le reponga esta pieza. Me tuerce los ojos y me pone la gorra que lleve para parcho. Se ríe y me requiere por invadir su trabajo.
De salida me cobra por el servicio 5 pesos. Feliz doy una propina a María. Ante su asombro le respondo:
- Son para usted, hoy se los merece. Usted sola remendando bolsos y carteras; es la única que trabaja en este taller pues no había de pegamentos, ni suelas, ni buenas caras, ni buenos tratos solo las costuras de María.
La foto inicial se reproduce solo con propósitos periodísticos.
Comentarios
ante personajes como Maria me quito el sombrero.
Saludos desde el Mediterráneo.
Saludos!