Es larga y tortuosa la historia de la degradación experimentada por los
suelos en muchas partes del mundo, adversidad que en el caso de Cuba cobra
especial significación por ser una nación eminentemente agrícola.
La magnitud del problema puede valorarse cuando se conoce que, de las 6,6
millones de hectáreas que tiene la nación como superficie cultivable,
aproximadamente tres cuartas partes están afectadas por alguno de los
factores degradantes y, en no pocos casos, por varios de ellos a la vez.
Los especialistas han reiterado que la indiscriminada deforestación
sufrida por la Isla durante varios siglos, constituye la causa primaria y
esencial de los procesos de depauperación de los suelos cubanos, que se
manifiestan mediante elementos como la erosión, la salinidad, la baja
fertilidad natural, la acidez y el deficiente drenaje, entre otros.
Se ha calculado que, cuando llegaron los españoles a Cuba, en 1492, la
ínsula poseía cerca del 90 por ciento de su territorio cubierto de bosques,
y en 1959, al triunfar la Revolución, el porcentaje se había reducido hasta
apenas el 14 por ciento.
Ello indica que, en poco más de cuatro siglos y medio, la Antilla Mayor
perdió más del 70 por ciento de su patrimonio forestal.
Claro que el progresivo desarrollo de poblaciones, vías de comunicación y
otras instalaciones provocó una lógica afectación de la riqueza forestal en
una nación casi totalmente virgen como la encontrada por los españoles, pero
es evidente que ese decrecimiento fue en extremo excesivo.
A la deforestación se sumaron luego el uso indiscriminado de las
maquinarias, los abonos químicos y los pesticidas, además del empleo de
técnicas de cultivo inapropiadas, que ahondaron los procesos de compactación
de los suelos, su contaminación y degradación en sentido general por la
acción del hombre y los factores naturales.
Para contrarrestar esa dificultad son diversas las medidas adoptadas en
las últimas décadas, entre ellas los planes de reforestación, que han
elevado el porcentaje ocupado hoy por los bosques hasta el 26 por ciento de
la superficie total del territorio, según se informó en abril pasado en el
Quinto Congreso Forestal de Cuba.
En ese avance ha desempeñado un rol protagónico el programa de
organización y funcionamiento en los últimos años de más de mil fincas
forestales, para impulsar el incremento del índice de boscosidad del país.
Se ha priorizado, además, el uso de la tracción animal, los abonos
orgánicos y la lucha biológica en sustitución, siempre que sea posible, de
la maquinaria, los fertilizantes y pesticidas industriales, para evitar la
compactación y la contaminación ocasionadas por los equipos y productos
químicos.
También se capacita a los agricultores en técnicas como el laboreo
mínimo, el cultivo en forma perpendicular a las pendientes para evitar la
erosión, y otros métodos que contrarrestan la pérdida de calidad de los
suelos y contribuyen a mejorarlos.
No obstante, la aplicación de esas técnicas agroecológicas no puede
descuidarse, si se considera que en el actual empeño de Cuba por elevar
progresivamente la producción de alimentos, resulta imprescindible no sólo
detener la degradación de la tierra cultivable, sino también enriquecerla.
En ese propósito común se enfrascan científicos, agricultores y diversas
instituciones encabezadas por el Grupo Nacional de Lucha contra la
Desertificación y la Sequía y los Ministerios de Ciencia, Tecnología y Medio
Ambiente, la Agricultura y la Industria Azucarera.
El objetivo de fomentar una agricultura económica, ecológica y
sostenible, no puede alcanzarse si no se logra preservar y mejorar los
suelos, uno de los más preciados recursos naturales del hombre, que hoy
clama por auxilio.(AIN)
suelos en muchas partes del mundo, adversidad que en el caso de Cuba cobra
especial significación por ser una nación eminentemente agrícola.
La magnitud del problema puede valorarse cuando se conoce que, de las 6,6
millones de hectáreas que tiene la nación como superficie cultivable,
aproximadamente tres cuartas partes están afectadas por alguno de los
factores degradantes y, en no pocos casos, por varios de ellos a la vez.
Los especialistas han reiterado que la indiscriminada deforestación
sufrida por la Isla durante varios siglos, constituye la causa primaria y
esencial de los procesos de depauperación de los suelos cubanos, que se
manifiestan mediante elementos como la erosión, la salinidad, la baja
fertilidad natural, la acidez y el deficiente drenaje, entre otros.
Se ha calculado que, cuando llegaron los españoles a Cuba, en 1492, la
ínsula poseía cerca del 90 por ciento de su territorio cubierto de bosques,
y en 1959, al triunfar la Revolución, el porcentaje se había reducido hasta
apenas el 14 por ciento.
Ello indica que, en poco más de cuatro siglos y medio, la Antilla Mayor
perdió más del 70 por ciento de su patrimonio forestal.
Claro que el progresivo desarrollo de poblaciones, vías de comunicación y
otras instalaciones provocó una lógica afectación de la riqueza forestal en
una nación casi totalmente virgen como la encontrada por los españoles, pero
es evidente que ese decrecimiento fue en extremo excesivo.
A la deforestación se sumaron luego el uso indiscriminado de las
maquinarias, los abonos químicos y los pesticidas, además del empleo de
técnicas de cultivo inapropiadas, que ahondaron los procesos de compactación
de los suelos, su contaminación y degradación en sentido general por la
acción del hombre y los factores naturales.
Para contrarrestar esa dificultad son diversas las medidas adoptadas en
las últimas décadas, entre ellas los planes de reforestación, que han
elevado el porcentaje ocupado hoy por los bosques hasta el 26 por ciento de
la superficie total del territorio, según se informó en abril pasado en el
Quinto Congreso Forestal de Cuba.
En ese avance ha desempeñado un rol protagónico el programa de
organización y funcionamiento en los últimos años de más de mil fincas
forestales, para impulsar el incremento del índice de boscosidad del país.
Se ha priorizado, además, el uso de la tracción animal, los abonos
orgánicos y la lucha biológica en sustitución, siempre que sea posible, de
la maquinaria, los fertilizantes y pesticidas industriales, para evitar la
compactación y la contaminación ocasionadas por los equipos y productos
químicos.
También se capacita a los agricultores en técnicas como el laboreo
mínimo, el cultivo en forma perpendicular a las pendientes para evitar la
erosión, y otros métodos que contrarrestan la pérdida de calidad de los
suelos y contribuyen a mejorarlos.
No obstante, la aplicación de esas técnicas agroecológicas no puede
descuidarse, si se considera que en el actual empeño de Cuba por elevar
progresivamente la producción de alimentos, resulta imprescindible no sólo
detener la degradación de la tierra cultivable, sino también enriquecerla.
En ese propósito común se enfrascan científicos, agricultores y diversas
instituciones encabezadas por el Grupo Nacional de Lucha contra la
Desertificación y la Sequía y los Ministerios de Ciencia, Tecnología y Medio
Ambiente, la Agricultura y la Industria Azucarera.
El objetivo de fomentar una agricultura económica, ecológica y
sostenible, no puede alcanzarse si no se logra preservar y mejorar los
suelos, uno de los más preciados recursos naturales del hombre, que hoy
clama por auxilio.(AIN)
Comentarios